Mïrthas
La hija de Danül paseaba mientras sus espaldas se llenaban de vida, preparándose para recibir el regalo mas grande, la vida misma que la habitaría por siempre.
Pero en las sombras Hessya observaba con envidia como la belleza de la hija de Danül crecía y se propagaba por sus espaldas. Mientras tanto Hessya se encrespaba y retorcía en espasmos de dolor y resentimiento secretando en su interior el veneno mismo que desprecia el amor y la virtud.
Cuenta la leyenda, que cuando el corazón de Hessya se llenó de envidia y resentimiento, una gran roca se formó en sus entrañas. entre gritos de dolor y náusea la vomitó, era una roca dura y con aristas afiladas, porosa y opaca, como una piedra volcánica impregnada de de una membrana verdosa y coloidal, el extracto del odio y la envidia.
Hessya tomo la roca y con fuerza la arrojó sobre las hermosas espaldas de la hija de Danül, la filosa roca se incrustó sobre la carne, caliente y ponzoñosa, la roca de Hessya se hundió mas y mas en la piel de la hija de Danül hasta que nada la pudo remover de su sitio.
Danül intentó sacar con todo su poder la horrible roca de la carne de su hija, pero con cada intento, lastimaba aún mas a su bella hija.
Fue así que la inmaculada espalda de la hija de Danül quedó marcada con la envidia y el odio de Hessya, desde entonces aquel sitio sobre las espaldas de la hija de Danül se encuentra solitario, condenado a la ausencia de cualquier signo de benevolente fertilidad abrigando tan solo la vida que se alimenta de la envidia y el odio de Hessya.
Los Fiönas conocen y temen ese sitio, lo llamaron Mïrthas, la palabra en el lenguaje Fiöna que se reserva para describir las llagas del alma, aquellas que duelen por toda la eternidad.
Aquel sitio se encuentra en medio de un valle cubierto por una fétida niebla que opaca la vista, el espíritu y la conciencia, está habitado por las peores alimañas, parásitas criaturas que viven alimentándose del odio que aún secreta la piedra de Hessya. El lugar está constituido por una sola roca, enorme y llena de cavidades donde se oculta la infección y la maldad del universo, aguardando a saltar por cualquier incauto que se atreva a penetrar las inhóspitas tierras de Mïrthas.
La cabeza de Atanael dio vueltas mientras el dorado resplandor del medallón de Damachdiël lo deslumbraba, apenas y podía balbucear palabras y gemidos de terror.
El muchacho rubio volvió a sujetar a Atanael, esta vez por el costado, y con un leve giro del antebrazo lo levantó para acomodarlo suavemente de espaldas al árbol con el que se había golpeado, sacó un paño de entre sus ropas y humedeciéndolo con agua de un pellejo que cargaba le limpió la frente y le ofreció algo de agua para beber, incrédulo Atanael tomó la bolsa y se humedeció los labios.
Se relajó y esperó a que el mareo del golpe se disipara, cuando se sintió mejor, el joven le ofreció la mano para que se incorporara.
-¡Pero que demonios está pasando! exclamó Atanael con aire burlón.
-¡Dímelo a mi! respondió Damachdiél sonriendo. Un tiempo atrás, ésta maldita baratija se me clavó en el pecho y desde entonces tengo la necesidad de caminar y caminar, mis piernas y mis brazos me han puesto a andar, y me han traído hasta acá, aquél día de la tormenta un extraño resplandor en el cielo me hizo acercarme al bosque de Anthoras donde te encontré torciéndote en el suelo con una cosa idéntica metiéndose en tu pecho ¡por eso es que te estuve siguiendo! tal vez tu puedas explicarme que diablos significa esto, es como una maldición, de pronto el metal me quema el pecho y comienzo a andar sin que nada pueda detenerme, ¡la fuerza que me anima no tiene límite!
El rostro de Damachdiël reflejaba angustia y confusión, parecía increíble que aquel muchacho que derribaba arboles a su paso pareciera tan frágil y asustado, tal y como se sentía Atanael.
Atanael se incorporó con la ayuda de su nuevo amigo, se sentía un poco mejor y la idea de que alguien mas sufriera la misma maldición lo hizo sentirse reconfortado.
Se sentaron e intercambiaron las historias de lo que les hubiese sucedido desde que el medallón se imprimiera en cada uno de ellos.
El muchacho contó que de vuelta en su hogar, Taras Lëvie, Damachdiël era un agricultor y que arando la tierra había descubierto un extraño paquete bajo la tierra, dentro se encontraba el medallón y un extraño pergamino escrito en una lengua que no podía leer, al terminar la jornada se había sentado a admirar el medallón, éste, al igual que con Atanael había escurrido una cadena y al colgárselo en el cuello cambió su forma por un extraño liquido que se le había colado por los poros infligiendo un tremendo dolor, al instante Damachdiël había perdido la memoria y no recordaba nada hasta que se encontró vagando cerca de Anthoras, caminaba con una fuerza incansable que lo dominaba sin poderse detener.
Atanael pidió a Damachdiel que le mostrara el pergamino, tenia unas cuantas lineas escritas en la lengua de los Sindarel, Atanael tampoco sabía leerlas pero pudo identificar la procedencia del documento, entonces Atanael contó la historia de su abuelo y el largo viaje que había emprendido con rumbo a Mör Sindol acompañado de los soldados de ojos plateados, también le contó su plan de alcanzar a su abuelo y que se dirigía a Nolthorión con la intensión de pertrecharse para el gran viaje y tal vez encontrar noticias de Tädros.
-Atanael, no cabe duda que Danül nos tiene reservado un largo viaje juntos y si mis pies me trajeron hasta aquí no puedo mas que seguirlos para tratar de encontrar la respuesta a lo que nos está pasando, te acompañaré en tu viaje y encontraremos a tu abuelo y a los Sindarel para que me saquen esta endemoniada cosa del pecho.
Regresaron a la orilla del río y después de terminar la comida que habían interrumpido tan abruptamente, recogieron sus cosas para continuar el viaje con destino a Nolthorión.
Atravesaron el bosque de Anthoras y poco después del atardecer alcanzaron el extremo oriental del bosque, frente a ellos se extendía una verde pradera salpicada por algunos árboles, en el horizonte se perfilaban los túmulos que marcaban la frontera con el valle de Mïrthas, un escalofrío recorrió la espalda de Atanael, había escuchado terribles historias de aquel lugar pero jamás se había acercado.
Para el atardecer alcanzaron las fronteras del lúgubre páramo de Mirthas, Atanael miró a Damachdiel buscando un gesto de consuelo, el herrero tenía completa conciencia de las consecuencias de penetrar en aquellas ciénagas y la idea de pasar la noche en aquél lugar no lo animaba.
Para sorpresa de Atanael, Damachdiel parecía tener la vista fija en el horizonte, caminaba a paso constante. Así fue que los dos viajeros penetraron en Mïrthas mientras el paso constante de Damachdiel forzaba a Atanael para vencer su miedo.
Poco a poco, el suelo comenzó a tornarse mas húmedo y lodoso, hasta que prácticamente caminaban con las piernas hundidas en el barro hasta las rodillas.
Una extraña niebla cubría la superficie y tan pronto como penetraron en ella su mente se nubló, respirar aquella inmundicia tóxica, velaba la conciencia y los sentidos.
La niebla se tornó cada vez mas espesa y Atanael apenas distinguía la silueta de Damachdiël que caminaba apenas a unos metros de el, por doquier se escuchaban los siseos de las alimañas que acechaban a los caminantes, aquí y allá chapoteaban en las charcas criaturas inimaginables que corrían de un lado a otro rozando las piernas de Atanael.
EL herrero estaba cansado y atontado, se concentraba en seguir el paso de Damachdiel quien parecía no sucumbir ante los tóxicos efectos de Mïrthas, su paso era fuerte y constante, Atanael jadeaba de agotamiento y pronto el esfuerzo para sacar su pierna del lodo para dar un paso mas lo venció y cayó pesadamente sobre el lodo, aquel pantano comenzó a tragárselo, pareciera que lo succionaba por las piernas al fondo.
Atanael se quedó inmóvil y extendió los brazos intentando detener su inmersión en el fango, entonces sintió la firme mano de Damachdiel que lo aferraba por los hombros, de un solo tirón lo sacó del fango y lo colocó de nuevo en el piso, el compañero de Atanael tomó un pedazo de cuerda que llevaba atada al cinto y la sujetó con un nudo a la cintura de Atanael.
-La próxima vez que el maldito pantano quiera tragarte, deberá llevarnos a los dos primero.
Atanael despertó del letargo en el que la tóxica polución lo había hundido, siguió caminando tratando de mantener el paso de Damachdiel.
Los viajeros perdieron la noción del tiempo pues dentro de aquel pestilente lugar, la cerrada bruma verde cubría todos los rayos del sol resplandeciendo con una mortecina luz verdosa. Atanael hizo un cálculo grueso, debía estar ya muy entrada la noche cuando la fatiga lo hizo caer de nuevo al lodo, esta vez, Damachdiël lo arrastró por varios metros hasta que Atanael gritó con media cara bajo el fango.
-¡Damachdiel! espera, no puedo dar un paso mas, ¡estoy muerto!
A regañadientes, el compañero de Atanael hizo un alto y esperó a que el otro se levantara, estaba empapado y con el cabello lleno de aquel verde y pestilente fango.
-¡A este paso tardaremos una semana en atravesar este maldito lugar! A Atanael le molestaba la frecuencia con que Damachdiël maldecía.
Acamparon en aquel lugar, comieron un poco de lo que llevaban en sus mochilas y se dispusieron a descansar, Atanael no pudo conciliar el sueño, la humedad lo calaba hasta el tuétano y los hediondos vapores del pantano le hacían difícil respirar.
Dormitaron incómodamente durante algunas horas hasta que Damachdiël desesperó y se puso de pié.
-A esto no se le puede llamar descanso, sigamos adelante para encontrar un mejor lugar donde dormir.
Atanael trato de levantarse y las fuerzas le fallaron, Damachdiël lo tomó del brazo y lo puso de pié.
-¡Andando Atanael! si nos quedamos aquí nos convertiremos en un pedazo de inmundicia.
Comenzó a caminar y el tirón de la cuerda puso al herrero en marcha.
Arrastraba los pies sobre el fango, su mirada estaba totalmente nublada, el sonido de Damachdiël al caminar entre el lodo y las charcas lo guiaban.
Atanael se arrastró por varias horas hasta que alcanzaron un lugar donde la roca era mas firme y los pies no se hundían en el fango. Damachdiël se apoyó en el tronco de un árbol muerto mientras Atanaël se tumbo sobre la roca húmeda sin poder ver y muerto de cansancio, le palpitaban las sienes y tenía los oídos tapados por el esfuerzo, agachó la cabeza y el cabello azabache y lleno de lodo le cayó en la cara, un mechón de cabello se metió en su boca mientras jadeaba para tomar aire, el sabor dulzón del lodo le provocó nauseas.
De pronto se escuchó un bramido, Atanael levantó la cabeza y solo vio aquel tronco muerto hecho trizas, a un lado de el salían burbujas de una charca, la cuerda que tenía atada a la cintura se tensó y de un solo jalón lo sumergió hasta los hombros, Atanael logro asirse de una roca.
Aunque abría los ojos no distinguía nada, la niebla lo había cegado, todos sus músculos temblaban de fatiga.
-¡Que ironía! se dijo Atanael, ni siquiera pude llegar hasta Nolthorión, la cuerda lo jalaba al fondo de la charca en vertiginosos tirones, sus manos se resbalaban de la roca hasta que su cabeza quedó bajo el agua podrida, El herrero se resignó a morir entre aquella inmundicia, pero de la nada escuchó una dulce voz que lo llamaba:
-¡Tus días no terminan aquí herrero! todavía hay mucho camino por recorrer, no te des por vencido aún.
Un fuerte tirón mas lo hizo soltar la roca y se hundió por completo en aquel fango, pero algo lo tomó por la mano y tirando fuertemente lo sacó de nuevo a la superficie, muy lejos de ahí, un agitado sueño perturbaba a una joven en su lecho.
Atanael se sintió mejor y su vista regreso algo borrosa, distinguió la piedra de donde se había sostenido y volvió a aferrarse con fuerza para salir de la charca.
Apenas se vio libre, tomó la cuerda y lanzando un grito que resonó por todo el valle tiró de la cuerda con todo lo que le quedaba de fuerza, de inmediato asomó por el lodo la desarreglada cabellera de Damachdiël quien al instante sacó los brazos y tomó por los hombros a Atanael, con la fuerza que ya había sorprendido al Fiöna, el rubio se libro y salió del fango.
Cuando al fin se encontraron a salvo, Atanael se quedó tumbado en el suelo sin sentido, entonces Damachdiël lo cargó en su espalda y reanudó el viaje corriendo entre los juncos, mientras cruzaba el pantano decía:
-¡Maldita sea!, no hay nada que odie más que estos asquerosos bichos.-