domingo, 23 de septiembre de 2012

De Atanael y Sindara Capitulo III



CAPITULO III

UN AMANECER EN LA FRAGUA

Con la partida de Tädros la vida de Atanael se tornó gris y rutinaria, se levantaba al alba para trabajar, su día transcurría lento y somnoliento como una llovizna en el verano. Llegaba a casa después del atardecer, y solo comía por costumbre, de inmediato se acostaba evadiendo su aburrimiento y repitiendo así la misma rutina al día siguiente.
Sentía como el tedio lo devoraba y no fue hasta un día de descanso que pasó acostado bajo las sombra de un árbol a las afueras de la aldea, cuando algo interesante irrumpió en su vida. 
Durmió profundamente bajo aquel árbol y tuvo un sueño, en el su abuelo de pié entre dos Fiönas mas le hablaba con un tono serio mientras los otros dos permanecían de pié frente a una enorme montaña gris en cuyos picos nevados se formaba una nube negra  que comenzaba a cubrir de sombras toda la tierra, de pronto un gran pájaro emergía de la nube y las palabras de Tädros resonaron:
-Busca en tu interior las palabras de la liberación, permite que amanezca dentro de tu alma, toma la luz de tu conciencia y sigue el camino.
Atanael despertó y caminó a casa pensativo, reflexionó durante todo el día acerca de su sueño y tomando la nota de su abuelo se cuestionó, ¿qué significaban las palabras que Tädros había escrito con tinta roja? Las leyó una y otra vez:
-Mira el amanecer en la fragua y despierta la pasión de tu corazón.
¿Que era lo que su abuelo le decía? Desde la partida del viejo Atanael no había hecho otra cosa que entregarse a su trabajo completamente y nada se había aclarado en su cabeza, por el contrario lo había deprimido, entonces pensó que tal vez estas eran instrucciones que debían tomarse textualmente, aunque le tomó tiempo durmió un poco hasta la mañana siguiente.
Se levantó antes del amanecer y vistiéndose apresuradamente corrió al taller, se puso de pié frente a la fragua, este era un gran horno hecho a base de bloques cocidos de arcilla con un armazón de metal reticular por dentro. Esperó hasta que las primeras luces del día se filtraron por el óculo del acceso, miró fijamente al interior del horno y prestó mucha atención, solo veía las paredes interiores chamuscadas y llenas de hollín, notó que apagada, la fragua se veía tan triste y muerta como su vida, pensó que parecía increíble que de esta sencilla construcción pudieran salir obras tan llenas de vida, gracia y belleza. Nada sucedió, y aunque se quedó de pie ahí hasta que los primeros herreros llegaron fue inútil, muy desanimado, se puso a trabajar, esta vez casi como un autómata se ciñó el delantal de cuero y puso manos a la obra.
El día transcurrió normalmente y las horas se alargaron en una tediosa somnolencia que le aplastaba el corazón.
Trabajaba en una reja por encargo para la casa del carnicero de la aldea, una elaborada pieza de tiras retorcidas y tejidas entre sí que requerían de mucho trabajo, tomó un descanso y aprovechó para abatir el fuelle que avivaba la fragua, miró dentro para comprobar que las llamas tuvieran su color amarillento blanquecino característico cuando alcanzan la temperatura requerida para el trabajo y un leve destello captó su atención, animado miro fijamente y abatió un poco mas el fuelle, cuando las llamas alcanzaban su mayor temperatura una media luna rojiza se formó en la parte superior del horno, poco a poco fue haciéndose mas grande a medida que Atanael azotaba el fuelle, la media luna se convirtió en un medio circulo exactamente como había dicho su abuelo a manera de un amanecer, tomo el atizador y picoteó la pared interna del horno, esta se desmoronó un poco hasta que un circulo completo brilló con colores rojizos, dio un rápido vistazo por el taller, nadie lo miraba, no le tomó mucho el abrir una cavidad lo suficientemente grande para dejar ver lo que parecía un disco de metal al rojo vivo, con las pinzas lo arrancó de las paredes de adobe y lo sumergió en el agua, este emitió un chillido al enfriarse dentro de la pileta y un raro vapor cobrizo se levantó.
Cuando estuvo frío Atanael lo tomo en sus manos, estaba hecho del mismo metal que tenían los Sindarel, Atanael se sorprendió al ver que en una de sus caras estaba labrado el sello de su familia y por el otro un extraño y estilizado logotipo con runas en un idioma ilegible, el disco estaba enmarcado por una greca en su periferia exterior de un color plateado que contrastaba con el cobrizo de toda la pieza, era pesado y muy duro, Atanael lo metió en su bolsillo, cerciorándose de que nadie lo viera y continuó con su jornada, su corazón latía de excitación.
No volvió a sacarlo en todo el día, sentía su peso dentro del bolsillo y la emoción embriagaba su cabeza. Cuando salió del taller corrió a casa, una vez en su habitación lo admiró durante un largo rato, una prenda de su abuelo, que fantásticas historias se imaginó con el medallón, imaginó el desconocido pasado de su abuelo, los tiempos de la guerra y a Tädros luchando con su espada hombro con hombro de aquellos impresionantes caballeros Sindarel, o tal vez, forjando el medallón para alguna hermosa dama, Atanael no conoció a su abuela, había muerto poco después de que el naciera, su padre contaba que había sido una hermosa doncella Andüy de ojos amarillos, con cabellos largos y piel pálida, pero eso era todo, nadie hablaba jamás de ella. 
Soñó con sus abuelos recorriendo Nolthorión de punta a punta e imaginó la hermosa historia que debió haber sido una pareja híbrida en esos tiempos que en que no era permitido, mucho tiempo permaneció el muchacho tumbado sobre su cama hasta que el sueño lo venció.
Al día siguiente el ansia lo despertó muy temprano, no había suficiente tiempo para desperdiciarlo en el trabajo, tomo el medallón y corrió hasta el bosque donde se internó hasta perderse en la verde penumbra de su interior, amaba el bosque como a pocas cosas, Atanael creía ahora en el espíritu de Thaëlel que dentro del bosque se apoderaba de su alma y lo sumaba a la hermosa danza del universo creada por Danül.
 Se sentó junto a el tronco de un enorme árbol milenario, y apoyando su espalda en el aspiró fuertemente, el aroma del musgo le hizo sentir un agradable escalofrío, cerró los ojos y se concentro en los sonidos que lo rodeaban, el leve zumbido del viento pasando entre las ramas y el rechinido de los troncos meciéndose, el himnotizante batir de las alas de los insectos, una inmensa tranquilidad le invadió.
Tomó el medallón en sus manos y lo acarició como queriendo sacarle brillo, al instante un pequeño destello se emitió de la greca que tenía alrededor y esta se escurrió como liquida sobre las manos de Atanael hasta convertirse en una cadena, Atanael no creía lo que veía, se colgó el medallón en el cuello, la prenda de su abuelo lo hacía sentirse mejor, importante.
De pronto Atanael sintió que el medallón se calentaba, lo miró colgando en su pecho y este se licuó, escurrió por su pecho hasta filtrarse entre los poros de su piel, un agudo dolor le quemó el pecho arrojándolo al suelo, se sacudía entre las hojas en espasmos de dolor que le penetraba hasta los huesos, el terror le nubló la cabeza mientras miraba el medallón transformado en un liquido cobrizo que se aferraba a su piel metiéndose en su pecho. Aterrado tiró de la cadena pero esta también se metía en su pecho y al jalar, la piel se le tensaba castigándolo con un dolor aún mas penetrante, el dolor fue creciendo hasta que lo dejó inconsciente tendido sobre el bosque de Anthoras, el cobrizo metal terminó de escurrir dentro de su piel hasta que no quedó nada.

sábado, 8 de septiembre de 2012

De Atanael y Sindara Capitulo II "Viento en el Camino"


II.- Viento en el Camino.




Ya era tarde cuando salieron del campamento de los viajeros, y Atanael recordó su cita con Galël, el soldado quien hubiese saludado antes, se  despidió de su abuelo y  no dejó de correr hasta ver el enorme disco de madera con un bisonte gravado, “Talas Ethra Nüi” decían las letras de metal incrustadas en la parte inferior del disco, las palabras en lengua Cëntor para describir al primer becerro nacido en la primavera, él mismo las había forjado varios años atrás, empujó con fuerza un enorme portón que se quejó como quien despierta después de una siesta vespertina.
Un hermoso aroma embriagó a Atanael apenas se encontró dentro, carne asándose al fuego, sazonada con hierbas de olor, cerveza cruda y pan recién horneado.
La clientela volteó taciturnamente mientras el avanzaba a la barra regresando de inmediato a lo que cada uno estaba haciendo, aunque Atanael era muy joven, tenía ya edad para visitar estos lugares, se acercó al tabernero quien le ofreció al instante un tarro de cobre:
-Cerveza de trigo para el aprendiz. Dijo cariñosamente mientras comenzaba a pulir un tarro de bronce que se negaba a dar cualquier tipo de destello, a una seña del tabernero Atanael miró a un rincón donde estaban sentados Galël y el padre de Atanael, la punta de sus narices era ya de un color rojizo, con ojos entreabiertos y muy alegremente llamaron al muchacho:
-¡Acércate Atanael! ¡Tu padre me a acompañado toda la tarde y sus chistes me han aburrido! Gritó Galël arrastrando la lengua, Atanael tomó un banco, colocó su tarro en la mesa y saludo respetuosamente a su padre, haciendo una pequeña reverencia.
-Anda muchacho, acompáñanos que con tu trabajo te lo haz ganado hoy. Dijo Tandras mientras rodeaba a su hijo con el brazo, Atanael apuró un trago de cerveza y cuestionó a Galël:
-Dime Galël ¿Que cosas interesantes puedes contarme de las fronteras?
-¡No mucho! contestó el soldado, la frontera meridional es tan calmada y aburrida que creo que antes de que algo ocurra me comerán los gusanos.
Por detrás de Atanael una hermosa tabernera se acercó, llevaba un vestido de una pieza ajustada en el pecho y el talle hasta la cintura de donde colgaba una amplia falda, de las cortas mangas  bombachas asomaban unos delicados pero fuertes brazos que cargaban una charola con varios trozos de carne que despedían un riquísimo aroma, las entrañas de Atanael se quejaron exigiendo un gran trozo, sin pensarlo dos veces se sirvió y devoró una buena parte antes de unirse a una platica que solo acarició detalles rutinarios y algo tediosos de la organización militar de la frontera y uno que otro avistamiento de bestias enormes al otro lado de la muralla de Balël.
Habrían pasado dos horas cuando las puertas de la taberna volvieron a gemir, esta vez las miradas taciturnas se convirtieron en admiración cuando entraron cuatro soldados Sindarel, ataviados con armaduras de la guardia real de Yännen, altos Fiönas de rostros fríos, grises y duros pero hermosos como la niebla de la mañana, sus relampagueantes ojos plateados brillaban por encima de la tenue luz de las antorchas, se detuvieron al frente de la barra y haciendo una profunda y graciosa caravana, el líder se adelantó un paso a sus compañeros, parecía un gran árbol plantado en el centro de la taberna, Atanael notó en sus manos un anillo con una piedra plateada engarzada que brillaba con luz propia, alumbrando unos larguísimos dedos que se apoyaban en el pomo de su espada, tenía una forma muy rara, delgada como un junco y envainada en un estuche con gravados que simulaban las olas del mar. Todos guardaron silencio, y exclamo con una voz tan dulce que recordaba el viento en los árboles.
 –¡Jaiv naj drahël! el saludo cortes en lengua Sindarel, después habló en lengua Cëntor con un acento bastante raro.
 –Hermanos Cëntor buscamos al Fiöna nombrado Tädros, se nos ha indicado que podríamos encontrarlo aquí
Todas las miradas se dirigieron hacia la mesa de Tandras, se levantó y forzando una falsa nobleza contestó:
-Yo soy su hijo y puedo llevarlos donde el. 
Hizo un gesto a Atanael para que se quedara con Gälel y salió con los soldados.
-Esta es la primera vez que veo soldados de la guardia real de Mör Sindol, algo serio está ocurriendo. Dijo Galël.
Atanael no tenía idea de que fuera lo que los Sindarel tuviesen que ver con su abuelo, y desobedeciendo a su padre se despidió de Galël regresando a casa.
Al llegar encontró fuera a cuatro hermosos corceles de batalla, eran enormes y de color blanco moteado, sus riendas, silla y estribos estaban labrados en un extraño metal de color cobrizo y gravados en ellos habían escenas del mar y criaturas que Atanael no conocía, cuando se acercó, estos voltearon a verlo, pareciera que tenían la inteligencia de un Fiöna pues todos se irguieron cuan altos eran y se acomodaron en fila, como demostrando su nobleza con un leve tono de desdén, Atanael se tomó su tiempo para admirarlos y entró a la casa. Al abrir la puerta se encontró con su padre quien le azotó con aquella mirada de furia bicolor que el conocía muy bien:
-¡Te dije que te quedaras en la taberna! De inmediato lo forzó a salir y cerró el cerrojo cuando Atanael estuvo fuera, tan solo alcanzó a ver a su abuelo sentado en la mesa con los soldados, leía un documento y en su cara había una mirada de congoja.
Se sentó en las escaleras del porche y esperó durante horas, llegó a escuchar como hablaban pero todo era en legua Sindarel de la que Atanael no entendía nada, la conversación parecía ser calmada y agradable, pero no escuchó ni risas ni tonos de alegría en ella, al cabo de mucho tiempo los soldados salieron de la casa y de inmediato montaron y se marcharon sin voltear a ver al muchacho.
Trató de entrar a la casa pero habían puesto el cerrojo de nuevo, Atanael soltó un gemido de tedio y se acurruco al pie de la puerta hasta que se quedó dormido. 
Sin saber cuanto tiempo había transcurrido, lo despertó la suave voz de su hermana Mänuen cuando ya despuntaban las luces del amanecer, Mänuen quien era menor que Atanael, una niña de cabellos oscuros como los de Atanael, su cara era de un color muy pálido y había heredado los ojos mixtos de su padre, Atanael la amaba por encima de muchos, el corazón de la pequeña era noble y cálido.
 -Ya puedes entrar Atanael, te vas a morir de frío ¡vamos! duerme un poco que aún queda tiempo.
Atanael se levantó amodorrado y dando traspiés logró llegar a su cama, se tumbó a dormir, casi sin la conciencia de lo que había ocurrido.
El sol ya había salido cuando lo despertó el ruido de pasos que iban y venían por la casa, salió de su habitación, todos estaban muy atareados, Candallia, La madre de Atanael preparaba una fardo de provisiones, Mänuen corría llevando ropa limpia desde una habitación hasta la mesa donde se encontraba su abuelo preparando otra mochila, grandes ruidos provenían del ático donde Tandras parecía estarse peleando con una bestia de metal, infinidad de chasquidos metálicos rebotaban desde las escaleras y caían a la casa rompiéndose en una insoportable cacofonía, Tädros miró al muchacho y le esbozó una alegre sonrisa:
-Buenos días hijo, valiente noche haz pasado, agazapado en la puerta, ¿no es así?
-Así es, por favor, ¿puedes decirme por que tanto secreto anoche y alboroto hoy? contestó Atanael.
-Todo a su tiempo, vamos, acércate y come algo antes de que tu barriga comience a quejarse.
Atanael apuró el plato que le habían servido y una vez acabado dijo con la boca aún llena:
-¡Listo! ¿Ahora estas contento?, ¿puedo saber ya que es lo que está pasando?
-Muy bien Atanael, toma tu abrigo y acompáñame a dar un paseo por los linderos del bosque-
Atanael obedeció y salieron de la casa, no caminaron mucho hasta acercarse a los linderos del bosque de Anthoras que era famoso por su enorme tamaño, Tädros caminaba lentamente, disfrutando del fresco aroma matutino del bosque.
-Dime Atanael, ¿qué es lo que mas deseas de tu vida?-
Atanael hizo una mueca de desesperación y poniéndose frente a su abuelo le dijo:
-No creo que este sea el momento para reflexionar acerca de la vida abuelo, ¿quieres decirme que rayos se trata todo esto?-
El viejo rodeó a Atanael y siguió caminando:
-Atanael, te lo pregunto de nuevo, ¿qué es lo que mas deseas?-
-No se, hay tantas cosas…..hay algo en mi cabeza que me mueve a hacer muchas cosas ¡pero primero quiero entender que quiere decir!
-¡Exactamente!, Esa voz que te grita por dentro es tu pasión, tu conciencia y tu talento, pero no los entiendes por que no los conoces aún, veras, yo sentía lo mismo que tu cuando tenía tu edad, y tuvieron que pasar muchas cosas antes de que pudiera tan solo descifrar algunas de las palabras que me forjarían para toda la vida. En mi juventud las cosas pasaban de un modo mas acelerado, pues aquellos tiempos como te he contado, fueron muy difíciles, la guerra, muchas cosas tuvieron que morir dentro de mi para dar paso a otras que me develaron el destino de mi viaje en este mundo, hay muchas cosas que no te he contado, y ahora se me acabó el tiempo y debo tratar de hacer un resumen, lo suficientemente claro para que puedas entenderlo, ¡es tan difícil-
Un dejo de tristeza asomó por los ojos de Tädros y pareció tornarse mas viejo de lo que era mientras exhalaba un profundo suspiro:
-Muchas cosas pasaron antes de que sentara cabeza y me estableciera en Anthoras, sería inútil contártelas ahora pues no acabaría de mencionarlas todas, lo cierto es que en aquellos días, cuando el caos reinaba sobre las espaldas de la hija de Danül, esta voz de la que tu me hablas me guió por un camino que no he acabado de recorrer, los soldados que viste ayer, trajeron un mensaje del reino de Mör Sindol que ha estado desconectado del mundo durante mucho tiempo debido a la enorme culpa que pesa sobre el clan, tu mismo lo escuchaste ayer en la historia que contó aquel anciano, este mensaje me está requiriendo en aquella ciudad cuanto antes para terminar con viejas cuentas que debo con los Sindarel y con todo el pueblo Fiöna, no soy el único que ha sido llamado al concilio, muchos viejos mas lo atenderán, Fiönas de los tres clanes.
-Pero, ¿de que se trata?, ¿Que fue lo que hiciste durante la guerra?, ¿por qué jamás me lo contaste?
-No te lo conté porque son recuerdos dolorosos que a nadie le gusta revivir, lo importante es que tengo que irme y me preocupa mucho lo que vaya a pasar en el concilio y en todas las tierras de los Fiönas, parece que los tiempos de concordia están amenazados y Hessya acecha otra vez, por eso que nos han convocado a todos los que sobrevivimos a la guerra, debes estar muy atento a lo que suceda y seguir esa voz que te grita por dentro, atiende con atención y veras como comienzas a entender.
-Todo esto es muy confuso, ¿para que convocar a los ancianos? Si algo amenaza la paz, ¿no seriamos los jóvenes los que deberíamos enlistarnos?, el camino a Mör Sindol es muy largo, no conozco a nadie que lo haya recorrido jamás, puede ser peligroso, déjame acompañarte y asistirte al menos en el viaje para que vayas seguro.
-Ni tu ni tu padre tienen algo que hacer en Mör Sindol y es necesario que ustedes velen por la seguridad de los nuestros, en el caso de que algo suceda, recuerda que el ataque de Hessya no es con espadas y flechas, eso es lo que la hace tan peligrosa, es por eso que debemos reunirnos los que ya hemos luchado con ella para saber que hacer.
-Pero yo no tengo idea de cómo luchar, nadie me ha enseñado nada a excepción de cómo trabajar con el metal.
-Es precisamente allí donde está el comienzo de tu instrucción, la disciplina y el empeño que tiene tu trabajo, son la base para que tu pasión encuentre los modos de aflorar, es allí donde debes buscar. Se hace tarde y debo partir, regresemos a casa que tu padre ya debe estar desesperado.-
De esta forma ATädros terminó con la conversación y a pesar del bombardeo de preguntas que Atanael derramó sobre su abuelo, este solo se dignó a dar palmadas en la espalda de Atanael y sonreír hasta que regresaron a la casa sin pronunciar una sola palabra.
Cuando llegaron estaban de pié frente a la casa los cuatro soldados Sindarel que habían entregado el mensaje de Mör Sindol el día anterior, una pequeña carreta ya estaba dispuesta con todo lo necesario para el viaje de Tädros.
De la puerta de la casa salió Tandras cargando un viejo baúl que parecía muy pesado, Atanael corrió a ayudarlo y lo subieron junto con todas las demás cosas, Tädros se acercó y sacando una llave de su bolsillo la abrió, dentro había una deslumbrante armadura en tonos plateados y verdes, los colores del clan Cëntor y envuelto en una tela verde había un largo bulto que el viejo sacó, retiró la tela y tomo una espada que, aunque empolvada brillaba como si hubiese salido de la fragua el día anterior.
-Atanael, esta es mi espada, Crüfunmir la llamo, pues es la espada de la esperanza, hazle un favor a tu viejo abuelo, ve al taller y busca en la gaveta al fondo de mi cubículo, allí encontrarás su vaina, enfúndala y vuelve con ella para que pueda partir seguro, no corras con la espada sin vaina pues aunque es muy vieja, su filo no ha menguado con los años y en un descuido podría cortarte los dedos o hasta una pierna si llegas a tropezar.
Atanael hizo lo que su abuelo le pedía y aunque caminando, fue al taller a paso veloz. Cuando llegó encontró como lo había dicho Tädros una hermosa vaina bruñida con los mismos colores de la armadura, tomó la vaina en sus manos admiró el hermoso trabajo con el que estaba hecha y metió la espada, esta resbalo perfectamente hasta emitir un leve click que accionó algún diminuto mecanismo que hizo que una pequeña estrella labrada en la empuñadura se cerrara formando el emblema de la familia de Atanael embonando perfectamente con su contraparte simétrica en la vaina, Atanael dio un brinco y soltó la espada, esta cayó pesadamente al suelo, emitiendo un estruendo que retumbó por toda la galería del taller, Atanael se reprendió a sí mismo por su estupidez, el mismo conocía este mecanismo de las espadas que se trabajaban en la fragua de Tandras y no había pensado en esto al juntar las dos piezas, la recogió y mirando el pomo vio otro emblema que no reconoció, se encontraba en la punta del mango, hecho del mismo metal que hubiera visto la noche anterior en los caballos de los Sindarel, engarzado sobre una enorme joya de color verde. Se dio prisa y regresó a casa, lo que le tomó tiempo pues debía atravesar todo Anthoras para llegar.
Se sorprendió al encontrar vacía la casa y salió al patio que separaba la casa de la calle, cruzó la arcada de acceso y vio a su padre que regresaba por el camino que lleva al bosque.
-¿Qué ha pasado?Preguntó Atanael.
-Se ha marchado, no quería sufrir la pena de despedirse de ti, me ha dicho que la espada es tuya, y créeme, yo mismo te envidio pues aunque siempre se la pedí jamás quiso dármela, también te ha dejado una nota, tómala.
Tandras sacó de su capa un sobre sellado con lacre con el emblema de la familia
Atanael la tomó y leyó:

Atanael, la sangre Fiöna que corre por nuestras venas es muy caprichosa, tendemos a emprender grandes empresas y fundirnos en la pasión de la lucha y el gozo. Deberás aprender, tal vez por un camino muy doloroso, que tu vida tiene una oportunidad y una facultad, será cuestión de tu sabiduría decidir que hacer con la facultad, y con la oportunidad, debéis aprender a escribir sin miedo en las hojas blancas que componen el libro de tu historia, ten en cuenta que el valor es valor al momento de trabar armas con el enemigo pero también al momento de detractarlas para dejarlo pasar.
Deberás aprender a tocar el corazón de tu enemigo sin abrirle el pecho, es justamente allí donde el Hessia acecha, doblando tu voluntad como una barra de cera y cuando menos te lo esperes saltara sobre ti.
La mejor arma que puedes esgrimir es la que esta en tu conciencia, el amor es inquebrantable, confió en tu capacidad, cuida de tu hermana y calma a tu padre, estoy seguro que la rabieta de mi partida le durara varios días, que Danül te guarde.
Adjunta a la carta había un pequeño pedazo de papel y escrito con tinta roja había una frase que Atanel no entendería hasta algunos días después.

“Mira el amanecer en la fragua y despierta la pasión de tu corazón”

Corrió a la salida de la aldea para alcanzar a su abuelo pero fue inútil, Tädros se había marchado, solo encontró viento en el camino.

sábado, 1 de septiembre de 2012

De Atanael y Sindara Capitulo I "La Casa de Atanael"






I.- La Casa de Atanael.

Un fuerte estruendo arrebató a Atanael de sus pensamientos, la realidad cayó sobre el como balde de agua helada.
-¡Toma la pinza con fuerza Atanael!- resonó la voz de su padre, quien golpeaba el marro sobre el yunque.
-¿Otra vez en tus fantasías? ¡Mas vale que pongas atención si no quieres perder la mano!
Atanael levantó las pinzas con las que sujetaba un trozo de metal al rojo vivo que daba la apariencia de quererse convertir en un yelmo, se ajustó los guantes de piel de carnero y regresó a su tarea, cuatro golpes mas y girando con maestría las pinzas, el metal comenzó a curvarse hasta quedar con una forma ovalada, a un gesto del enorme fiöna que tenía enfrente, Atanael sumergió las pinzas en el agua y una gran columna de vapor subió hasta el techo del taller, el calor le brincaba a la cara y un penetrante olor a carbón se le metió hasta el fondo de los pulmones, soltó las pinzas por unos instantes y corrió al extremo del taller donde abatió tres veces un fuelle que avivaba la fragua.
Atanael gustaba del puesto de aprendiz junto a su padre, el trabajo duro y artístico que allí se realizaba era apreciado en todo Anthoras, su aldea, y hasta en varios poblados a la redonda.
El taller de Tandras era uno de los más grandes y remunerados de la región, cobijando a cuatro oficiales y varios aprendices, gran variedad de trabajos se le encargaban al taller, desde utensilios de montura, frenos, estribos y herraduras, hasta grandes obras de arte como escudos, armaduras y armas con joyas engarzadas, el muchacho se esforzaba por ser un buen aprendiz y dar el ejemplo a los demás, pues como primogénito de la familia, algún día heredaría el negocio de la familia y se convertiría en el gran maestro del taller.
Hoy tenía prisa por acabar con las tareas del taller y su mente no alcanzaba a concentrarse en una cosa, no era un día común, una caravana de viajeros había llegado la noche anterior. No era común que gente de Fionavul viajara tan al norte, en ocasiones cuando se requería comunicación formal entre los reinos de Fionavul, los Fiönas acostumbraban enviar caravanas formadas por gente de los tres clanes para atender en un solo viaje varios asuntos. 
Esta en particular llevaba como destino las tierras de Debraham al otro lado de las montañas Escarlata, mas allá de las fronteras de los dominios Fiönas.  Anthoras era el último poblado antes del paso de Trabäla, el único lugar por donde podía cruzarse la gran cordillera.
Atanael había visto la columna de polvo levantada por la caravana desde el día anterior y ansiaba echar un vistazo en el campamento que ya habrían levantado a las afueras de Anthoras.
Los viajeros provenían de todos los rincones de Fionavul, Fiönas provenientes de Nolthorión la capital del clan Centhor, mensajeros Andüy originarios del bosque de Semfonth ¡y lo mas notable! fiönas Sindarel de Mör Sindol mas allá de las desiertas tierras de Linthuán, Atanael jamas había visto Fiönas del clan Sindarel, ¡y hoy tendría la oportunidad de conocerlos!
De nuevo las palabras de su padre lo regresaron al mundo.
 – ¡Atanael! ¿Esperaras hasta que haya que volver a encender la fragua? Abatió con fuerza el fuelle hasta que las brazas tomaron un color blancuzco y una leve capa de llamas azules se levantó, como daga se clavaba en él la mirada bicolor de su padre, un ojo color amarillo como el trigo y otro azul lo delataban como un híbrido de dos clanes, Cëntor y Andüy, no eran muy comunes en esos tiempos las mezclas entre clanes y el color de los ojos era distintivo para cada clan, Amarillo para el Andüy, Azul en el Cëntor y Plata para los Sindarel, Atanael por su parte había heredado los característicos azules pues aunque su padre era híbrido, su madre tenia sangre Cëntor pura y esto había equilibrado la balanza de ese lado de la familia. 
El taller era un mar de ruido con Fiönas yendo y viniendo ocupados en cuadrillas para el desarrollo de cada uno de los proyectos encargados al gran maestro.
Aunque Tandras se ocupaba de un proyecto en particular, tomaba pequeños descansos mientras revisaba y supervisaba el trabajo de sus empleados, todas las cosas que se elaboraban allí, por simples que fuesen, eran marcadas con el sello del taller grabado en el sitio menos pensado de la pieza, de esta forma, todo el trabajo que saliese del taller de Tandras podía rastrearse y comprobar así la autenticidad de su factura.
Gente iba y venía desde los almacenes a la fragua y a los diferentes cubículos dispuestos  en hileras dentro de una gran nave construida enteramente en madera de Zámbalo una rara especie que solo crecía en el bosque de Anthoras, muy cerca de la aldea y que era muy resistente al fuego.
Enormes columnas de madera color escarlata labrada sostenían la viguería de la cubierta reforzada en sus aristas con placas de metal grabado con imágenes de bestias y plantas de la región, muy a la usanza de las construcciones Fiönas, famosas por su rigidez y belleza. Un gran óculo permeaba los últimos rayos del sol al frente del taller y en este, un hermoso vitral con el emblema de la familia de Atanael daba la bienvenida a los clientes de la fragua.
Pareció una eternidad antes de que llegara el fin de la jornada y Atanael pudo salir rumbo al campamento de los viajeros.
Se quitó el delantal de cuero y con la cara llena de hollín salió corriendo para aprovechar las últimas horas del día. Ascendió por la calle principal de Anthoras que se encontraba en las inmediaciones de una loma con rumbo a la entrada septentrional de la aldea y al llegar a la punta del túmulo pudo ver un caótico tejido de carpas donde estaba ya reunida toda la población de Anthoras.
El bullicio de la gente lo distraía, pero un destacamento de la guardia real captó su atención, jinetes con armaduras de color verde que lanzaban destellos cegadores y enormes escudos con el emblema de Nolthorión, la ciudad plateada hogar de la nobleza Cënthor, Atanael se quedo unos instantes apreciando el regio porte de los soldados, hermosos Fiönas de enorme talla con ojos relampagueantes y brazos como de metal. La  milicia en Nolthorión era considerada una sagrada vocación y los soldados se consagraban desde muy temprana edad en el templo de Danül, donde se entrenaban en las artes militares y se forjaba su temple, su coraje, valor para fomentar la nobleza y la virtud del alma Fiöna en memoria de la advertencia de Danül y su sagrada palabra de esperanza.
Un soldado lo miro fijamente y esbozando una cálida sonrisa lo saludó.
 –Que Danül guarde tus días, hijo de Tandras. Atanael reconoció al soldado después de que este dio vuelta a su escudo, dejando ver el sello del taller en la hermosa pieza de orfebrería, este era un nativo de Anthoras.
-¡Galel! Dijo Atanael ¡Cuantos años sin verte! supimos que estabas asignado en la muralla septentrional desde hace mucho tiempo, mi padre estará feliz de saludarte.
-¡Muy bien! contestó el soldado, mas tarde podremos conversar en la taberna
-¡Es un trato! contestó Atanael y se internó entre las carpas.
Deambuló durante mucho tiempo por las distintas tiendas, llenas de fascinantes personajes y objetos que lo hicieron transportarse como por arte de magia a infinidad de lugares de donde estas provenían, soñaba con conocer todos aquellos lugares de los que solo había escuchado historias y leyendas, le fascinaba escuchar todo lo que los viajeros tenían que contar, increíbles historias ensalzadas con sucesos donde la magia y extrañas criaturas eran el elemento central, además de las últimas noticias de todos los extremos de Fionavul.
 Se detuvo en un lugar en particular, una carpa de color verde donde había dispuestos en una mesa, toda clase de instrumentos científicos de medición, grandes burbujas de cristal con diminutos mecanismos por dentro, enormes telescopios, sextantes, brújulas y astrolabios. Una voz conocida lo atrajo, en un rincón de la carpa conversaba un Fiöna de corta estatura y un vientre descomunal con un anciano de cabellos largos y plateados que fumaba una pipa, el viejo era el abuelo de Atanael, su nombre era Tädros quien, aunque herrero de profesión, siempre había guardado especial predilección por la ciencia y la astronomía, ahora en su retiro se había entregado de lleno al estudio y la experimentación de cuanta cosa se le atravesaba. Atanael le tenía en especial estima, y bajo la desaprobación de su padre pasaba la mayor parte de su tiempo libre, escuchando y aprendiendo todo lo que Tädros podía trasmitirle, se acercó tímidamente a escuchar lo que conversaban, algo acerca de la dimensión exacta del mar Eterno ubicado en el extremo occidental del continente.
-Este es mi nieto Atanael. Dijo Tädros. Estoy seguro de que podrá decirte una cosa o dos acerca del diseño de los últimos sextantes que usan los marinos del sur para bordear las costas de Isim Loth.
El muchacho tartamudeó un poco y el viajero se adelanto.
-Nadie navega como los Sindarel, si quieres aprender algo acerca de la navegación deberías navegar en aquellas hermosas embarcaciones, son tan grandes como una montaña y maniobran ligeras como una hoja en el agua
Tädros que a su vez también había aprendido su oficio por herencia de muchas generaciones, difería del carácter propio de su familia, gente sencilla de brazos fuertes para el trabajo pero de mente débil para la razón. Tädros tenía algo diferente, algo que le brotaba por la piel, Atanael siempre se fascinó de esto y es que pareciera que el abuelo supiera algo que nadie mas sabía, un secreto entrañable que siempre quiso averiguar, y aunque el pequeño conoció a su Abuelo cuando éste era ya un viejo, guardaba aún su vigor y siempre tenía un brillo muy especial en los ojos, impresionando a todos los que lo conocían, decían incluso, que en cierto grado Tädros tenía el carácter de los altos señores Fiönas que conquistaron toda la tierra y que en él había algo de ésa nobleza y espíritu guerrero. 
Atanael podía pasar horas escuchando las historias que su abuelo contaba pues había viajado mucho.
Tandras, el padre de Atanael no se alegraba mucho de esto, decía que el viejo solo lo distraía de su trabajo, y que había muchas otras cosas más importantes por aprender.
El padre de Atanael nunca tomó muy en serio las advertencias de Tädros, quien le repetía que  Atanael jamás podría aprender el oficio de su familia y que estaba destinado a cosas más grandes y gloriosas que un martillo, hollín y un desgastado yunque.
Atanael se limitaba a observar sin descuidar las enseñanzas de su padre a quien  respetaba y amaba mucho.
Tädros y Atanael pasaron lo que quedaba del día conversando con aquel mercader, poniéndose al día con los últimos adelantos científicos, probando los utensilios.
 La noche ya había caído y se disponían a regresar a su casa cuando ya en las afueras del gran campamento se encontraron con una hoguera encendida y varios Fiönas que se reunían en torno a ella, el viejo tomo el brazo de Atanael y lo detuvo.
-Sentémonos por un momento, aquí hay algo digno de ver.
Se sentaron y esperaron durante un buen rato, cuando estuvieron reunidos suficientes viajeros, una extraña ansia se sentía en el ambiente.
De pronto todos guardaron silencio, pequeños cuchicheos sonaron por aquí y allá cuando de entre la gente salió un anciano.
Su piel era gris y arrugada, una larga cabellera plateada sujetada en dos trenzas le colgaba por la espalda, y finas cadenas de oro sujetaban una barba que pendía hasta el vientre, vestía una túnica de color púrpura con garigolas bordadas en una extraña filigrana de color dorado, pero lo que mas impresionó a Atanael fueron los brillantes ojos color plata que resplandecían en el rostro del anciano, el reflejo del fuego en sus ojos hacía que el rostro pareciera tan joven como Atanael. Este era un Fiöna del clan de los Sindarel, El clan que había emigrado al sur muchos años atrás, Atanael solo conocía a esta gente en leyendas que le contaran cuando era niño, muchas veces había dudado de la existencia de estos seres pues no había señales de ellos en ninguna parte de Anthoras o Nolthorión incluso.

-¡Thaëlel! resonó la voz del Fiöna como roca al quebrarse.

-Thaëlel es la voz que jamás deberán olvidar, es la implacable espada que mantiene a Hessya a raya, desterrado en la oscuridad del olvido donde no podrá dañar el corazón de los Fiönas, escuchen con atención lo que hoy voy a contar, he aquí la historia que Danül nos encomendó a contar por siempre para que no vuelva a derramarse la sangre de los hermanos sobre las espaldas de su hija que tan amorosamente nos acoge.

Mucho tiempo atrás, cuando la tierra de Danül era incorrupta y pura, la memoria de los Fiönas se nubló por el olvido mientras Hessya acechaba por el mundo, buscando precisamente esa nube que le permitiese encarnarse en el cuerpo de los hijos de de la Primera Madre.
Sucedió que Yännen, el soberano jefe del clan Sindarel cegado por el deseo, la envidia y la ambición fue el primero en sucumbir y engendrar dentro de él la semilla de Hessya.
Yännen se encontraba cazando en las inmediaciones del tridente de Daicúm, en la frontera oriente de Semfonth, tierra de los Andüy, llevaba ya varios días siguiendo de una manada de bestias y ansiaba cazar al líder, lo había seguido durante nueve días, era una noche clara y la luna brillaba llena sobre las planicies.
 Yännen se ocultó tras una arboleda mientras observaba a la manada estrechamente reunida mientras dormía, afinó su puntería, tensó su arco y tras un leve suspiro se dispuso a disparar. De pronto, algo hizo alterarse a la manada y las bestias corrieron despavoridas mientras que el semental líder caía pesadamente muerto sobre la hierba, los ojos de Yännen no creían lo que sucedía, una silueta se deslizó de la espesura y avanzó hacia el preciado trofeo de Yännen, lleno de rabia saltó para reclamar la pieza de caza al atrevido ladrón.
Desenvainando su espada Yännen se acerco al cazador que miraba a su presa de cerca envuelto en una capa con capucha que le cubría el rostro, cuando estuvo suficientemente cerca, este giró y le acertó un puntapié en el rostro que lo lanzó al suelo, con la velocidad del rayo el encapuchado puso un pie sobre el cuello del monarca y la hoja de su espada en medio de sus ojos, Yännen distinguió el brillo amarillo en los ojos de su oponente y gritó con furia: 
¡Maldito Andüy no sabes con quien estas tratando, soy Yännen líder de la casa Sindarel, vamos, clava tu espada en mi frente y comenzaras una guerra!
 El furtivo cazador dio un paso atrás y envaino:
-Pues eres un monarca muy descuidado entonces.
Diciendo esto retiro la capucha, una larga cabellera brilló a los rayos de la luna, roja como la arcilla, su piel era pálida, contrastaba con unos delicados labios rojos, la doncella le extendió la mano y lo ayudó a incorporarse. Yännen quedó paralizado frente a la belleza de la mujer, quien le habló con tono severo y casi gritando dijo:

-¡Grande es tu osadía al atacarme de esa manera, soy la princesa Müna hija de Gëleb señor de Semfonth y de toda la casa Andüy. Agradece a Danül que mi guardia se encuentra lejos pues de lo contrario ya estarías muerto!

Yännen haciendo un esfuerzo respondió:
-Solo estoy cazando por estas tierras y esa que mataste es la presa que sigo desde hace ya nueve días, creo que tengo derecho a reclamarla.

Müna retiró su espada y ayudó a incorporarse al Sindarel.
-Si es cierto lo que dices, no tienes nada que temer, pero si mientes, te arrepentirás de haber puesto pié en Semfonth, sígueme al campamento.

La mujer se escabulló entre la maleza y regreso jalando un pequeño carromato.
- Antes de discutir a quien le pertenece la presa debemos moverla de aquí o las fieras darán cuenta de ella.
Subieron el animal al vehículo y emprendieron la marcha por un pequeño sendero, no recorrieron mucha distancia antes de llegar un campamento plagado de guardias y sirvientes que atendían a la princesa.
Después de dejar la presa a cargo de los sirvientes Müna lo condujo a una tienda donde estaban ya dispuestas viandas para los cazadores.
Yännen no daba crédito a la sorpresa de haberse encontrado con una doncella en esas condiciones.

La princesa llamó a unos guardias y en voz baja les dijo:
-Vayan con mi padre y díganle que tengo bajo mi custodia a quien dice ser Yännen, señor de los Sindarel, necesito estar segura de su identidad para actuar en consecuencia-

Los soldados partieron en el instante y la dama se dirigió a Yännen:
-Puedes pasar la noche aquí, pero ten cuidado, apostaré guardias en la entrada de la tienda.
Inmediatamente la princesa se retiró y Yännen se acurrucó en un montón de pieles que había al centro de la tienda.

A la mañana siguiente antes de que amaneciera, lo despertó el ruido de los caballos que llegaban, se levanto y dio un vistazo entre las mantas de la tienda, el rey había llegado con un grupo de soldados. Desmontó, saludó a su hija y se dirigieron a la tienda de Yännen, el rey fue el primero en entrar, sus amarillos ojos resplandecían con las primeras luces del día, una corta barba, roja como los cabellos de su hija cubría su rostro.
El rey Gëleb de Semfonth era un Fiöna joven como Yännen y los dos soberanos se conocían de hacia bastante tiempo, de hecho éste había estado presente en las bodas de Yännen  quince años atrás. Gëleb abrió sus brazos y dio un caluroso abrazo al Sindarel.
-Querido hermano, sé bienvenido a estas tierras, y perdona la descortesía de mi hija quien como su madre, tiene un carácter bastante fuerte.
La princesa Müna miró a su padre con ojos relampagueantes y salió de la tienda.
El rey invitó a Yännen a quedarse en Semfonth por unos días antes de emprender el duro viaje de regreso a su hogar.
Gëleb ordeno que se levantara el campamento y partieron con rumbo a la ciudad de Semfonth, capital del reino.
Ya en el palacio, el rey no escatimo en atenciones para el líder de los Sindarel quien pasó mas tiempo del esperado en Semfonth, pues a pesar de estar casado se había prendado de la princesa Müna, haciendo hasta lo imposible por estar a su lado.
Por su parte la princesa no era del mismo parecer, su rechazo para con Yännen era tal que la gente de la corte lo notó y comenzaron a hablar al respecto.
El rey Gëleb al notar esto, disuadió a Yännen para que partiera de vuelta a su hogar quien tuvo que aceptar, aunque no de buena gana, al no haber mas motivos que lo retuvieran ahí.
Gëleb dispuso una escolta que acompañase al rey hasta las fronteras del reino, pero la semilla de Hessya ya había germinado dentro de Yännen y para ese momento, ya no era completamente dueño de sí.
Seducido por el deseo esperó a que cayera la noche y regresó a escondidas a Semfonth y mientras que todos dormían rapto a la Princesa Müna y llevo al Valle de Ranjás que se encuentra en centro del tridente de Daicúm, un lugar desolado habitado solo por el filoso viento invernal y la águilas que lo remontan, al llegar ahí, cegado por Hessya, Yännen tomó posesión del cuerpo de Müna sin hacerla suya y cobardemente, la abandonó a su suerte, huyendo de vuelta a casa.

El anciano Sindarel hizo una pausa y se sentó en un tronco que había a su lado, un horrible rayo de tristeza asomó por sus ojos, Atanael noto que la vergüenza y la pena agobiaban a este Fiöna, la historia mostraba los hechos que mancharon la estirpe de los Sindarel y el mal que habían hecho lo hacía cómplice de tan penosos sucesos.
Se frotó la frente, como queriendo disipar un agudo dolor, bebió un poco de un cuenco que alguien le ofreció se puso de pié continuó:

Está por demás imaginar la rabia del rey Gëleb, al no encontrar a su hija a la mañana siguiente dedujo de inmediato su paradero, los soldados la encontraron por la tarde de ese día junto al camino, con las ropas hechas jirones y un rostro sin alma, como quien despierta de la muerte, el daño estaba hecho y Hessya se había engendrado de nuevo sobre las espaldas de la hija de Danül.
llevaron a Müna al palacio donde su cuerpo fue sanado pero su espíritu estaba ausente, no pronunció palabra, había quedado encinta, un bastardo de sangre noble e híbrida de dos clanes, jamás había existido semejante criatura entre los Fiönas.
Los meses pasaron mientras Gëleb reunía a su ejercito, decidido a lavar con sangre la ofensa de Yännen.
Llegó el momento y Müna dio a luz al hijo de Yännen y su nombre fue Yennä, la encarnación de la herida provocada por Hessya, quien tenía ya como esclavos a Yännen, Gëleb y Müna, estupenda manera de comenzar a conquistar las espaldas de la hija de Danül.
El ejercito partió a la guerra, antiguas espadas se lustraron después de haber estado dormidas durante siglos, un grupo especial fue designado para llevar al pequeño Yennä, quien fue abandonado en el Valle de Ranjás, condenado a la muerte sin tener culpa de su suerte, una victoria mas para la hambrienta Hessya.

Así comenzó una horrible guerra, en la que nadie fue victorioso, cada vez que había una batalla Hessya ganaba mas fuerza y poseía a mas Fiönas, con el tiempo de una manera u otra las tres casas Cëntor, Andüy y Sindarel luchaban entre sí abandonadas a la voluntad de Hessya quien corrompió sus corazones hasta quitarles toda la naturaleza Fiöna que había en ellos.
Muchos años pasaron, mucha sangre corrió, y Danül en  horrible sufrimientos por sus hijos derramo lagrimas sobre Fionavul.
Se dice que fue así, de las lágrimas de Danül que nació Thaëlel el hijo mas joven, la esperanza de todos los Fiönas, la contraparte absoluta de Hessya, la esperanza que reina en el corazón de Danül.

Thaëlel merodeó por las sangradas espaldas de la hija de Danül y se dolió de la muerte y la destrucción que presenció.
Se detuvo a descansar en el valle de Ranjás y encontró a Yennä casi muerto, había sobrevivido solo por la misericordia de Danül. El niño, sucio y con la piel agrietada por el viento del tridente miró a Thaëlel y reconoció en el niño a uno de los pocos Fiönas que todavía conservaban un espíritu limpio.
Hessya lo había olvidado por completo, creyéndolo muerto no había inyectado en él su veneno, y la primera tarea de Thaëlel sobre las espaldas de La hija de Arül fue dar de comer al pequeño Yennä, lo dejó bajo la custodia de las águilas para que nada le faltara.
Thaëlel tomo la inocencia que había en los ojos de Yennä y se dispuso a enfrentar a Hessya, comenzó por buscar Fiönas limpios que no hubiesen caído en las redes de Hessya y los encontró, solo a dos, dos jóvenes Fiönas que asustados se habían refugiado en lo alto de las torres de la ciudad de plata, Nolthorión. 
Se presentó ante ellos con la forma de una enorme bestia voladora con plumas de cristal, Daimhelká lo llamaron los temerosos Fiönas, “Ave de esperanza” significa en lengua Cëntor, Thaëlel les transmitió la inocencia de los ojos de Yennä.

Thaëlel los instruyó en la fortaleza del espíritu y la santidad del corazón hasta que estuvieron listos para enfrentar a sus hermanos, no como enemigos, sino como sanadores de almas, se pusieron en camino y después de muchas batallas y de mucho dolor comenzaron a liberar a los Fiönas poco a poco, del yugo de Hessya.
Así nació la que hoy es una orden de caballero, me refiero a los A-danThaëlel los hijos de Thaëlel que  protegen a los Fiönas del acecho de Hessya.
Y las espaldas de la Hija de Danül fueron sanadas y libradas del  veneno de Hessya para estar de nuevo en paz.

El Sindarel tomó asiento y en voz clara pero tenue dijo: 
-Graven bien esta historia en su mente y cuéntenla a todos para que nadie olvide el legado de Danül, que la gente esté consciente de que la amenaza de Hessya está siempre presente, pero que contamos con Thaëlel que vive en Fionavul con nosotros bendiciéndonos con el sonido de un riachuelo, la caricia del viento, el crepitar del fuego y en las voces de los árboles. La pureza y la virtud del corazón Fiöna radica en la inocencia y la sinceridad, vayan pues y sean Fiönas que la hija de Danül los acoge para serlo.
Al terminar, el anciano se retiró perdiéndose entre la gente donde reinaba un espíritu de alegría y calma, Atanael se sorprendió al notar que en su propio rostro se dibujaba una sonrisa, se había contagiado del espíritu mismo de Thaëlel, guardo este placer en su corazón y se regocijó de ser un Fiöna.   

¡Tiremos todos juntos de la cuerda!!

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Provengo de una familia donde la épica y la fantasía se mezclan con la realidad, crecí escuchando histórias fantasticas de mi abuelo en las profundidades de la Huasteca, mas adelante me cautivaron toda clase de libros con historias de tierras lejanas y personajes asombrosos, comencé a escribir desde los 9 años, durante la adolescencia me entregué a la literatura épica y fantástica y de alguna manera mi vida se contagió y las histórias comenzaron a suceder delante de mis ojos. Al convertirme en padre y tener la oportunidad de contar cuentos e histórias estalló dentro de mí una fascinación por crear, ilustrar y musicalizar cuanta história brotaba de mi cabeza o la de mis hijos, el día de hoy me doy cuenta de que mi propia vida es el mejor lugar de donde sacar historias y gozo profundamente al plasmarla en alegorías con imágenes, textos y musica.